Un personaje conocido de las redes sociales es el divulgador científico. Vamos a ver las características principales de los que tantas verdades nos dicen desde nuestras pantallas.
Todo sucede en la relación que en las redes sociales se establecen entre contenido y conocimiento. Por un lado, hay un círculo al que llamamos conocimiento en tanto que contenido, y es lo que le da el carácter de científico a nuestro divulgador.
Para ser considerado científico, un conocimiento ha de ser cifrado para satisfacer estándares propios de las instituciones que validan un ámbito del conocimiento. Sacrificar estos estándares en pos de que dicho conocimiento sea accesible para un público más amplio, es parte de la tarea del divulgador científico. En reemplazo de estos estándares, la verosimilitud es el criterio (por cierto más laxo) que la honestidad del divulgador científico debe respetar.
Al mismo tiempo, para compartirlo con audiencias más amplias, esta adecuación del conocimiento obedece al montaje necesario para que un contenido en redes sociales sea atractivo. Este paso del conocimiento ya validado hacia el contenido apto para divulgación en redes sociales, lo llamamos conocimiento como contenido verosímil y atractivo. El responsable de esta alquimia es el honesto divulgador científico.
El divulgador quiere sumar seguidores al mismo tiempo que busca que el contenido que publica sea reconocido como fiel reflejo del conocimiento científico, pero en clave atractiva y verosímil al mismo tiempo.
Vemos ahora que se dibuja un segundo círculo, el del reconocimiento por parte del espectador. Frente a los ojos de los usuarios de redes sociales, aparece entonces cierto contenido audiovisual que el seguidor presupone como fiel reflejo del conocimiento científico, dado que proviene de una fuente para él fiable. Entonces, el seguidor reconoce dicho contenido como conocimiento. De este modo, en la mayor parte de los casos, la base para dicho reconocimiento no es más que una presuposición. Se confía en la fuente y por tanto se confía en el contenido que de la misma proviene. Este reconocimiento basado en una confianza presupuesta es alimentado por la lógica de las redes sociales, que no es otra que la lógica del consumo y de la retención del usuario ante la pantalla. El acceso a los contenidos que consumimos a través de los algoritmos de las redes sociales no invitan a los usuarios a realizar una contrastación crítica de lo que el propio contenido afirma. Al contrario, el contenido que se produce es cada vez más breve y por lo tanto cada vez más sesgado. Y en una segunda instancia el algoritmo refuerza el sesgo a través de mecanismos orientados a la confirmación del sesgo detectado, cualquiera sea este.
A dos mandatos tiene que responder entonces el honesto divulgador científico. La verosimilitud, que proviene del campo saber, y el atractivo, que responde a las lógicas algorítmicas de las redes sociales. Estos son los pesos que el divulgador debe equilibrar en su balanza. Para terminar este retrato del divulgador, te hacemos una recomendación. La serie de cuatro capítulos de John Berger titulada: Ways of Seeing (modos de ver). Al final del primer capítulo, John nos pide un favor, a la vez que deja una importante enseñanza para nuestra época: “con estos programas, como con todo programa, recibirán un montaje de imágenes y significados. Espero que consideren el montaje que aquí les ofrezco, pero sean escépticos al respecto.”
El honesto divulgador científico no tiene maldad, pero por más bienintencionados que sean los contenidos que consumimos, como usuarios de redes debemos recordar su naturaleza de montaje, de artificio.
Esto no significa que este contenido sea por eso una mentira, como opina nuestro próximo retratado: el conspiranoico con micrófono.